jueves, 22 de diciembre de 2016

¿Cómo el deseo de descubrir el instante en el cual el alma se integra con el cuerpo es un acto de filosofar?


El alma es el principio real de todos los seres vivos, aquello por lo que los seres viven. El alma es lo que hace que el cuerpo sea una unidad y que sea vivo. Por tanto el hombre y los animales poseen alma. Por ello lo propio del hombre no puede ser el alma como se suele decir. El hombre es, en rigor, un ser que posee un alma espiritual, esto si es lo propio del ser humano. Un alma espiritual es un alma capaz de pensar, de querer y por la cual somos libres.
De todos modos el hombre no es sólo alma, sino que presenta en su ser una dualidad, alma y cuerpo. ¿Cuál es la relación entre el cuerpo y el alma? A lo largo de la historia se han ofrecido dos respuestas. Una primera respuesta fue formulada por Platón y continuada por Descartes. El filósofo francés considera que los seres vivos son como máquinas que están en constante movimiento. En el caso del hombre esa máquina estaría completada por un alma espiritual que viviría dentro de ella. Siglos antes, Platón insinuó algo parecido al expresar que la relación entre el cuerpo y el alma es parecida a la del jinete con su caballo. En definitiva, tanto para Platón como para Descartes el hombre en el fondo sería exclusivamente un alma atrapada en un cuerpo, una especie de ser angelical. La segunda respuesta, ofrecida por Aristóteles y seguida por Santo Tomás de Aquino, se contrapone a la anterior. Ambos consideran que el alma y el cuerpo se corresponden unívocamente, es decir, el hombre tiene el cuerpo que le corresponde a un alma que es capaz de pensar y viceversa, pues un alma que piensa necesita el cuerpo del hombre (manos…) para actuar y completar la imperfección del cuerpo humano que no está predeterminado (sino que se construye con los actos humanos).  
Por otro lado, no es un hecho casual que el hombre sea el único ser que entierra a sus muertos. Desde tiempos antediluvianos hemos pensado que el cuerpo humano tiene una dignidad que le corresponde por el hecho de ser el cuerpo de un alma espiritual. Pensar, podemos pensar, este es el principio del ser humano, pero el pensar no se puede dar sólo en un cuerpo material, sino que necesita de un alma espiritual, del principio del ser que se da en un ser corpóreo, ya que no puede existir sola por sí misma, sin la carne no sería humana, como el cuerpo tampoco podría ser espiritual sin el alma.

Aportación a la Filosofía
La ética platónica mantiene una estrecha relación con su visión antropológica y metafísica. Alma y cuerpo constituyen dos elementos no sólo distintos, sino irreconciliables entre sí: el cuerpo es la cárcel del alma, el lugar donde ésta se hace esclava de lo material y lo pasional.
Mientras el hombre permanezca ligado a su cuerpo, se encontrará incapacitado para la felicidad y para el verdadero conocimiento. Alcanzar estos sólo será posible si dominamos nuestra parte material. A la doctrina que equipara sabiduría y virtud se la denomina intelectualismo ético y ya fue formulada por Sócrates, en un intento de superación del relativismo de los Sofistas.
Los conceptos morales no son fruto de una convención o pacto entre hombres, ya que se refieren a realidades existentes y permanentes (ideas) que son independientes de la razón y la voluntad humanas. Sin embargo, es a través de la razón como el hombre puede tomar contacto con la realidad moral, realizándola en su persona. A la manera socrática, Platón afirma que sólo el sabio es el virtuoso, porque únicamente conociendo qué es la virtud, es decir, la idea a la que se refiere el concepto "virtud", hay posibilidad de serlo en la vida práctica.
El saber y la virtud coinciden y se necesitan recíprocamente. Lo Justo en sí, la bondad en sí, la prudencia, etc., esto es, los valores morales existen por sí mismos, y por ello es posible definirlos objetivamente y, una vez conocidos, llevarlos a cabo en la vida práctica. El sabio no podrá ser malo, ya que el mal es fruto de la ignorancia, un defecto que no radica en nuestra naturaleza sino en el no cumplimiento de lo esencial de nuestra naturaleza (la racionalidad).
Aquí reaparece con toda violencia el antihedonismo platónico: los placeres materiales y corporales no sólo no conducen a la felicidad, sino que incluso nos la impiden. Virtuoso y feliz será aquel que purifique su alma de las pasiones y "desórdenes" del cuerpo y se vuelque hacia el mundo eidético, el único capaz de realizar humanamente al hombre. "Purificarse es separar lo más posible el alma del cuerpo, acostumbrar al alma a dejar la envoltura del cuerpo, para concentrarse en sí misma, a solas consigo" (Fedón, 67,e.) "La realidad verdadera es que la templanza, la justicia y la virtud no son sino purificaciones de todas las pasiones, y hasta el pensamiento es quizá un medio de purificación" (Fedón, 69,b.) La virtud puede entenderse también como un equilibrio y armonía entre las distintas partes del alma. Debe desarrollarse tal acuerdo entre ellas que se unifiquen los distintos elementos que conforman el compuesto humano, sometiéndolos a la razón. Es esta la única que puede regir esta armonización entre las partes del alma: racional, irascible y apetitiva.



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